
Uno de ellos, “Sobre las vías y el
tren de la historia” fue escrito por Fabián Reato (y publicado en El Diario
de Paraná el 20/12/2009) y el otro, motivado por el anterior, “Las marcas del tren” fue escrito en el
blog por Héctor Kiko Monti el 28/12/2009. Creemos que ambos textos, conjugados,
expresan de manera inigualable lo que el tren representaba en la infancias
pueblerinas, y por el otro, dan una dimensión cabal de las sensaciones (y
reflexiones) que desató el cierre de los ramales.
Agradecemos a Rubén Darío Latorre y a ambos autores por permitir
multiplicar en este espacio aquellos textos, imágenes, sentimientos y
reflexiones, esas semblanzas cargadas de subjetividad, para que las conozcan
más niños y más jóvenes de nuestro Departamento Tala.
Sobre vías y el tren de la historia
Por Fabián Reato (El Diario 20/12/09)
Me acuerdo de una mañana de
un 8 de diciembre, allá en el pueblo y hace tiempo. Armábamos el pesebre con mi
tía en la casa de mis abuelos, que estaba a pocos metros de la vía. De pronto,
pasó el tren de las 10. La mesa tembló, se cayó el San José y se descabezó.

Eran muchos vagones,
marrones, con ventanillas abiertas y caras curiosas asomadas. El último era el
del correo: todo un vagón cargado de cartas, sobres con esquelas, anuncios,
facturas, encomiendas, saludos, tarjetas. En aquel tiempo, las cartas iban en
tren. Por las vías también pasaban las zorras, que no eran animales sino una
especia de balsa con ruedas. Trasladaban a los “catangos”, es decir a los
obreros que mantenían las vías en condiciones, o los hilos del telégrafo, o los
pasos a nivel.
Algunas zorras eran a
tracción a sangre, había que subir y bajar una palanca para impulsarlas, como
si se bombeara agua. Nosotros mirábamos con mucha envidia a esos esforzados
náufragos y queríamos ser uno de ellos. Más tarde, las zorras tuvieron motor y
perdieron un poco de magia. Por las vías también andaban los linyeras, o los
crotos o los vagos trashumantes. Así como llegaban se iban a los pocos días,
después de pedir algo de comida y un lugar en el galpón para dormir. Nosotros
no les teníamos miedo pero los grandes nos decían que se robaban a los chicos
que se portaban mal y nunca más los devolvían. Había uno que una vez contó que
su sueño era ganar la lotería para comprarse un boleto y viajar en tren hasta
donde se terminaban las vías. Decía que quería ir leyendo el diario y fumando
un cigarro.
Me acuerdo de aquel 76,
cuando los militares dijeron que no iban a circular más trenes entre Rosario
del Tala y Gualeguay. Entonces, llegaron ellos: aburridos, serios, grises,
prepotentes y se llevaron el cartel de la boletería, la campana, el reloj a
péndulo, los muebles que habían traído los ingleses, el banco de la galería,
los sillones de la sala de espera. En las vías creció el pasto y sólo sirvieron
de corral para vacas y caballos. Después, me vine a estudiar a Paraná, en tren.
Lo tomábamos en Lucas González o en Estación Sola. Había guardas que pedían el
boleto y lo marcaban con una perforadora. Pero además te hacían bajar los pies
si vos te estirabas para dormir y los apoyabas en el asiento de enfrente. Era
lindo dormirse en el tren porque te acunaba. También era lindo pasar por las
estaciones y ver los campos salpicados de islotes de árboles. En los 90, ramal
que paraba, ramal que cerraba, como si nada. Las estaciones quedaron
abandonadas, o pasaron a ser oficinas públicas, centros culturales o el museo
del pueblo.“No hay que perder el tren de la historia”, se decía en aquellos
años. Y el país se quedó en la vía
Tomado de: http://mansilla-expres-arte.blogspot.com.ar/2009/12/sobre-vias-y-el-tren-de-la-historia.html